LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 42
LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 42
CAPITULO 42. No te vayas Nathan sentía que se le saldría el corazón del pecho del miedo que sentía. Un fino hilo de sangre se escurría desde la nariz de Amelie, y él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no paralizarse allí mismo de terror. La sacudió como pudo y la acostó en el sofá mientras daba voces para que alguien fuera a ayudarlo.
–¡Una ambulancia! – le gritó a su abuelo–. ¡Llama a una ambulancia!
El abuelo King se apresuró a llamar mientras Nathan intentaba despertar a Meli, pero la muchacha no reaccionaba de ninguna forma.
–¡Por favor, nena, despierta, despierta!
Sentía que estaba a punto de volverse loco cuando finalmente oyó la sirena de la ambulancia que se acercaba. Los paramédicos irrumpieron en la casa y se llevaron a Amelie lo más rápido posible, y Nathan no tuvo más remedio que conducir detrás de ellos, sin saber qué iba a pasar.
Al llegar al hospital ya estaba esperándolos el doctor Benson, y por la cara que puso al ver a Meli, era evidente que estaba muy preocupado.
–Sin respuesta ocular, pulso débil, presión intracraneal alta... –gritaba uno de los paramédicos a los doctores mientras entregaban a Meli. 1
El doctor Benson le hizo un gesto para que se quedara afuera y Nathan se mesó los cabellos. En pocos minutos llegaron corriendo por el pasillo de la sala de espera su abuelo y Paul, y los tres esperaron impacientes a que alguien saliera a decirles algo.
Sin embargo pasó media hora, una hora, y solo veían médicos corriendo de un lado a otro, enfermeras entrando y saliendo, máquinas portátiles siendo transportadas y finalmente alguien les grito que se quitaran del medio mientras sacaban a Meli en una camilla.
–¿Qué van a hacer? ¿A dónde la llevan? ¿¡Qué es lo que está pasando!? –gritó Nathan desesperado y el médico lo hizo salir del camino.
–Señor King... ¡Nathan! ¡Escúcheme! La están llevando al quirófano. Necesita cirugía y yo necesito que firme esto, de inmediato – dijo el médico.
– ¿A... a cirugía? ¿¡A cirugía por qué!? —exclamó él desesperado. –¡Nathan, firma ahora, que te lo explique después! – gruñó Paul, que tenía plena confianza en el doctor Benson. El médico echó a correr detrás de la camilla con el formulario de autorización, y pasaron al menos diez minutos antes de que volviera a salir, con el ceño profundamente preocupado.
– ¿Qué está pasando, Benson? —gruñó Nathan.
–Aneurismas, Amelie tiene dos, acabamos de detectarlos con una resonancia. Ya la están operando.
Nathan cayó sentado en una silla y por más que intentaba calmarse, parecía que sus manos no podían dejar de temblar.
– Yo... fue mi culpa... debí traerla antes... Stephanie la golpeó... yo... — balbuceo. –jNathan, cálmate! – ordenó el doctor– Tú no tuviste la culpa de nada. Esto no lo produjo
ningún golpe, créeme. Nadie podía haber previsto esto.
––¿Pero... los aneurismas? Su falta de equilibrio...
–Tampoco. Es cierto que el accidente de auto pudo causar uno pero no los dos, no es algo seguro, así que es mejor no especular.
–Los aneurismas son muy peligrosos, ¿verdad? —preguntó su abuelo.
–Sí, muy peligrosos – respondió el doctor–, y si no se detectan a tiempo pueden ser fatales, pero en el caso de Amelie tenemos la esperanza de que se recupere bien. Hasta ahora solo hubo una pequeña filtración, así que creemos que estamos actuando a tiempo.
–¿Creen?
– Nadie sabe la verdad hasta que la piel se corta, señor King, por desgracia muchas veces es así – explicó el médico y se sentó a hablar con ellos sobre todo lo que iba a pasar, detallando los riesgos y las posibles complicaciones de la operación.
Con el miedo y la desesperación corriendo por sus venas, Nathan se sentó en la sala de espera del hospital, retorciéndose las manos ansiosamente mientras esperaba noticias sobre Amelie. Aquellas fueron las horas más largas de su vida. Estaba asustado y necesitaba culpar a alguien, pero por desgracia no tenía a quién. Por fin seis horas después el neurocirujano salió del salió del quirófano y les dijo que Amelie estaba siendo trasladada a una habitación, pero que debían tener paciencia porque aún estaba muy delicada.
– ¿Delicada? ¿Qué quiere decir? – La filtración era un poco mayor de lo que salió en los estudios iniciales, logramos controlarla a tiempo pero su estado es, por decirlo de alguna forma, delicado.
–¿Está en peligro? ¿Está grave, eso quiere decir? ¿Se puede morir? – lo interrogó Nathan desesperado-. ¡Por favor, no me lo disfrace!
– Estamos esperando lo mejor, señor King. Debemos esperar a que despierte. Por favor intente tener calmarse – le pidió el cirujano–. Nuestro trabajo está hecho y la operación fue exitosa, pero entienda que le abrimos el cráneo con una sierra, hasta que no abra los ojos y empiece a hablar no estaremos seguros de nada.
Nathan se mesó los cabellos y se dejó caer en aquella silla con la cabeza entre las manos. Necesitaba descargar aquella impotencia contra alguien y tenía al sujeto perfecto para hacerlo.
–Quiero que redactes la demanda contra Stephanie Wilde ahora mismo. La quiero tras las rejas, y no me digas que no tenemos pruebas porque la grabaron todas las televisoras de la ciudad mientras golpeaba a Amelie –siseo Nathan girándose hacia su abogado-. Quiero que la tengan en Búsqueda y Captura para mañana en la mañana. ¿Entendido?
Paul sabía que no valía la pena discutir con él en ese momento, así que se limitó a asentir y seguir allí, apoyándolo, que era lo que realmente necesitaba. A medida que pasaban las horas, Nathan se sentía cada vez más angustiado. Sentía una profunda sensación de desamparo mientras esperaba que Amelie se despertara de su operación, como si con ella se hubieran puesto en pausa la inmensa mayoría de las cosas felices de la vida.
Sabía que no podía hacer nada más que esperar y rezar por su recuperación, pero la
incertidumbre y el miedo eran abrumadores,
El abuelo volvió a la casa para cuidar de Sophia y Nathan se quedó allí, en aquella silla fria, con el corazón en las manos, esperando. Y nadie tuvo que decirle que aquello que estaba sintiendo era amor. Doloroso. Infinito. Desesperado. Imposible de ocultar ni de evitar.
Jamás en su vida, ni cuando había sabido del accidente de Marilyn, Nathan se había puesto tan mal, y eso inevitablemente lo hacía preguntarse qué era diferente entre ellas dos.
Estaba amaneciendo al día siguiente y todavía no había cambios. Paul regresó con él y trató de distraerlo con una noticia ajena a aquel hospital.
–¿Ingresaste la demanda? –preguntó Nathan casi sin prestarle atención.
– Iba a hacerlo, pero cuando llegué a la comisaría me encontré con una novedad que no esperaba – dijo Paul.
–¿Cual?
–El juzgado citó a los Wilde para estipular el pago de la deuda que tienen ahora, los siete millones... pero no se presentaron en la corte–aseguró el abogado –-. Los Wilde escaparon, y la policía los está buscando. –¿Escaparon? ¿A dónde si esa gente literalmente se quedaron en la calle? – preguntó Nathan. – Nadie lo sabe, pero suponen que están todavía en algún lugar del país. La policía no tiene ninguna idea de donde podrían estar. Han desaparecido sin dejar rastro. –¿Cómo es posible? —se enfadó Nathan–.¿Cómo pudieron escapar? – Al parecer, lograron salir de la ciudad sin ser vistos. Es imposible adivinar lo que planean hacer, pero es evidente que Aquiles no tiene como pagar siete millones de deuda punitiva y no estará dispuesto a ir a la cárcel por eso.
– Maldito cobarde, no sirve ni para enfrentar las consecuencias de sus actos – gruñó furioso.
Estuvieron un poco más hablando sobre eso, pero nada, ni siquiera la perspectiva de la mejor venganza, podía hacer que Nathan olvidara lo mal que se sentía. Paul tuvo que arrastrarlo a la mansión para que se bañara y se cambiara, pero en media hora ya estaba de vuelta en el hospital.
Sin embargo, aquella mejoría que los médicos esperaban, no llegó.
–Lo siento, señor King –dijo uno de los cirujanos un par de madrugadas más tarde —. Amelie parece debilitarse en lugar de fortalecerse. Su respiración es cada vez más agitada y la verdad es que empezamos a temer lo peor. Nathan sintió que se ahogaba y el doctor Benson puso una mano sobre su hombro.
–Será mejor que entres, muchacho. Tu presencia ahí solo puede hacerle bien así que... entra, ve.
Nathan tembló cada segundo mientras se ponía el uniforme estéril y entraba en aquella pequeña habitación blanca.
Meli todavía tenía su venda en la cabeza, habían tenido que cortar todo su cabello, y se veía tan frágil conectada a todos aquellos tubos. Nathan se sentó junto a ella y tomó su mano. Las lágrimas caían sin control por sus mejillas,
pero no podía hacer nada para detenerlas.
–¡Ni se te ocurra! ¿Me oiste? —siseó angustiado con tono de regaño–. ¡Ni se te ocurra dejarme! No puedes hacerme esto, eres una persona buena y yo... yo te amo. He tratado de darte lo que necesitas, he tratado de no ser egoista. ¿Pero sabes qué? ¡Sí soy un “ogruto” y cuando te despiertes me voy a poner muy egoista y vas a tener que casarte conmigo de inmediato! Te guste o no. ¡De inmediato! ¿Me oyes? – Nathan sintió que su corazón se rompía un poquito y luego negó– . Por favor, no me dejes, te lo suplico. Te quiero, eres todo lo que deseo en mi vida. Sin ti no soy nadie, así que por favor... – Nathan lloraba sin parar y sus palabras se perdieron en un gemido angustiado–. Por favor no te vayas, Meli…